Reflexiones de supermercado (primera parte)
Como cada mes me dirigía con
resignación a aprovisionarme de los víveres necesarios para mi subsistencia. Hacer
la compra no es algo que me entusiasme, pero aprovechando la experiencia de haberla
hecho en varios continentes ha llegado a ser un nicho de observación
antropológica que al final termina siendo súper interesante. Antes de entrar me
encontré de bruces con un grupo de individuos en formación estorbo, junto a una
papelera discutiendo de sus cosas y tirando los residuos al suelo (entiendo por
este tipo de formación un grupo de individuos que ocupan toda la acera sin
importar quién venga, que en lugar de apartarse un poquito, te obligan a dar un
rodeo). Al margen de la vergüenza de especie que me da, me vienen muchas
preguntas: ¿Qué nos define como sociedad? ¿Qué funciona como aglutinante? Si
somos la misma especie ¿Qué tienen en común los bosquimanos del desierto del
Kalahari con los habitantes de los barrios de empresarios de Silicon Valley en
California? ¿Cómo nos identificamos con quien no conocemos, si a veces tenemos diferencias
insalvables en opiniones con individuos con los que compartimos genética,
espacio o experiencias? ¿Tenemos un objetivo común? Y si existe, ¿Cómo se
consigue?
Por supuesto no soy la primera
que plantea estas preguntas, la Antropología Socio-Cultural lleva siglos de
evolución teórica y metodológica intentando desvelar quién es el otro, el que no se parece a mí, o el
concepto actual de alteridad
sudamericano, palabra que me da un poco de grimita.
Para comprender necesitamos un punto de partida, pero construir el conocimiento
es un proceso largo y complejo que bebe de muchas fuentes.
La Antropología occidental parte
de un hecho insólito. Nada más y nada menos que un rey, Carlos I, o el
Emperador Carlos V, como se le quiera llamar, se planteó si era ética y
legítima la conquista de América y ordenó detener cualquier avance hasta
determinarlo. Para ello se organizó la Junta de Valladolid, en la que dos
dominicos, el sevillano Fray Bartolomé de las Casas y el cordobés Fray Juan
Ginés, Obispo de Sepúlveda encabezaron las delegaciones que representaban las
dos posturas enfrentadas. Una vez tomada la decisión final, se reanudó la
conquista. Desde entonces se han escrito ríos de tinta sobre el tema, y más que
correrán pero hoy quiero hablaros de Malinowski, sus aristas y Los argonautas del Pacífico occidental.
Para mí su descubrimiento fue un punto de inflexión. Leyéndolo entendí que una
de las características de nuestra especie es que necesitamos darle una explicación
a todo lo que nos rodea, y si no la tenemos nos la inventamos. Que funcionamos
como el resto de organismos pluricelulares, aunque nuestro antropocentrismo
(estamos por encima de todo) y eurocentrismo (la vara de medir es la sociedad
europea) nos lleva a apropiarnos de muchas habilidades cognitivas, y que nunca
los malos son tan malos ni los buenos tan buenos.
Bronisław Kasper Malinowski nació
en el Imperio austrohúngaro de finales del siglo XIX (actual Polonia), siempre considerado
como un señor rarito. Me gustaría contribuir a poner en valor la imagen de
alguien que le dio una vuelta de calcetín a los estudios antropológicos. Introdujo
una nueva metodología de investigación: la observación
participante, fundó una corriente epistemológica (que es la filosofía de la
Ciencia): el Funcionalismo, y sentó las bases de los Universales de la Cultura,
de la etnografía y la etnoarqueología, vamos un crack que cayó en desgracia en
la Academia, después de su muerte, cuando su consorte hizo públicos sus diarios
personales.
Los antropólogos de despacho, tan
comunes entonces, se limitaban a recibir las noticias de la observación pasiva
y descriptiva de los salvajes primitivos
que habitaban las colonias europeas. Mientras tanto a nuestro protagonista le
pilló el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914) en las islas Trobriand
(actual Papúa Nueva Guinea) en su primer trabajo de campo, y no tuvo más
remedio que quedarse allí durante 5 años. En ese momento sin internet, la información
viajaba más despacio, y por la situación internacional, se quedó sin billete de
vuelta.
Como no tenía otra cosa que hacer puso en práctica la observación participante, que consistía en formar parte de la vida diaria de la tribu con la que convivía y participar en las actividades de su vida diaria recogiendo información directa y en entenderlos desde dentro para definir el Funcionalismo, escuela teórica que analiza las instituciones sociales en términos de satisfacción colectiva de necesidades, considerando cada sociedad como un conjunto cerrado y coherente, vamos que cada cosa tiene su sitio.
Gracias a él entendí que funcionamos
como colonias de bacterias. Las sociedades funcionan como un organismo vivo,
como nosotros mismos que nos componemos de millones de células agrupadas para
formar tejidos y órganos. Cada célula tiene su forma y función, y el elemento
aglutinador que hace que el organismo en su conjunto funcione correctamente son
los sistemas nervioso y endocrino. Pero cualquier organismo vivo también está
expuesto a factores externos que le condicionan: el tipo de alimentación, el
entorno, se regulan por epidemias y pandemias y además está integrado en una
cadena trófica.
En nuestra sociedad uno de los
principales aglutinadores es el Patrimonio (del latín Patrimonium) que en sentido amplio, se refiere a todo aquello que
procede de los padres, sean bienes materiales o inmateriales. Pero Patrimonio
también es todo aquello que dejamos en herencia y contribuye a crear un vínculo
entre los individuos y está en continua construcción.
Aunque los objetos existen antes
de ser definidos, ha sido la evolución de la sociedad quien ha ido concretando
el concepto de Patrimonio Arqueológico en función de las épocas, necesidades e
intereses. El Patrimonio material está relacionado con la transmisión de
mensajes culturales, a través de los objetos. Estos objetos son las herramientas
que permiten a arqueólogos, antropólogos y el resto de –ólogos que intervienen,
acercarnos a nuestro pasado, reconstruir modos de vida, darle vida a los
lugares muertos y por ende reconstruir nuestra identidad cultural. De ahí la
necesidad de una mediación adecuada, que nos permita entender que no somos tan
modernos ni nuestros antepasados tan primitivos.
¿Cómo sabremos hacia dónde vamos
si no sabemos de dónde venimos?
Beatriz Fajardo Fernández-Palma.
Doctora en Arqueología.
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