Vayamos por partes como decía Jack el Destripador

He pasado muchos años molesta con Spielberg por el calado social que siempre ha tenido su visión de la arqueología, pero mejoré. Como arqueóloga he perdido la cuenta de las veces que me han llamado Dra. Jones o me han preguntado que dónde llevo el látigo. Tampoco ayudó el miedito que me entró después de ver la película Tiburón, que condicionó mi relación con el mar durante mucho tiempo, solo me metía en el mar si me veía los dedillos de los pies, hasta que empecé a bucear. He comprendido que es cine y el cine es entretenimiento, no estaría de más, pero no tiene por qué tener una función de educación. En realidad es nuestra responsabilidad como profesionales educar a la población divulgando nuestros conocimientos, y como se ha demostrado en otros países o comunidades autónomas en España, la divulgación científica es útil y entre otras muchas ventajas puede ser un motor económico sostenible, un generador de puestos de trabajo cualificados.

Nos hacemos un flaco favor perpetuando esa visión simplista de nuestra evolución y nuestra Historia. La reconstrucción del pasado no es un camino fácil, pero es una profesión apasionante que tiene mucho que aportar a nuestra sociedad actual, nos permite conocernos y reconocernos como especie con perspectiva, en nuestro entorno. Como todas las Ciencias, la Arqueología tiene un origen humilde, empezó con el coleccionismo. La Química se desarrolló a partir de la mágica y misteriosa alquimia, y la Medicina tuvo el misterioso honor de originarse en los brujos y curanderos.

En el caso de la Arqueología, a lo largo de más de un siglo de desarrollo teórico y metodológico se ha ido desgajando en una serie de imprescindibles disciplinas que cada vez arrojan más luz sobre nuestro desarrollo. Igual que nunca dejarías que un cardiólogo te operara un pie, la Arqueología también tiene sus especialidades. La Arqueología como la Medicina depende cómo y dónde la uses, no es lo mismo ponerte malo hoy en Washington con dinero que en Sierra Leona.

Nuestra percepción del tiempo es relativa, si nos lo pasamos mal parece que el tiempo no avanza, en cambio si estamos a gusto, el tiempo puede pasar volando. Hoy con el presupuesto adecuado contamos con herramientas metodológicas, cada vez más precisas, que nos permiten trabajar en distintas escalas temporales con dataciones numéricas, en función de los materiales que se conservan. Trabajar con márgenes de cientos o miles de años exige un esfuerzo y una mediación generalmente incomprensible para los no avezados, igual que un médico habla con un colega de profesión con un idioma diferente al que se dirigen a los pacientes y sus familiares.

Los arqueólogos en cierto modo somos los basureros del pasado con sombrero, pero resulta que la basura bien estudiada es un auténtico tesoro, si alguien estudia tu basura te conocerá mejor que tu madre. Grosso modo seguimos un esquema metodológico parecido al análisis de la escena de un asesinato: primero se identifica la escena del crimen y se delimita, se documenta todos los elementos macroscópicos y microscópicos, se catalogan, se analizan con pruebas físicas o químicas por distintos especialistas. Tras la investigación el equipo encargado identifica a los culpables en función de la información de las evidencias que han recogido y lo someten a juicio. Pues es más o menos lo que hacemos los arqueólogos, un proceso largo y complejo.

Cualquier actividad humana puede convertirse en un yacimiento arqueológico, donde vivían, donde se enterraban (que a veces coincidía), donde encontraban las materias primas necesarias para su día a día, los procesos de aprendizaje, los juegos o cualquier actividad diaria de nuestra especie que se te pueda ocurrir. Pero no todas las áreas con actividad humana se convierten en yacimientos, desde que se depositan los restos hasta que se entierran y los encontramos están expuestos a un amplio catálogo de factores biológicos químicos o geológicos que pueden alterar su integridad. De ahí que el primer paso consista en comprender qué procesos han contribuido a su formación, y para eso necesitamos a los geólogos.

La excavación, aparte de ser como una torre de Babel y en general una experiencia divertida y enriquecedora, también es un momento crítico que solo debe ponerse en marcha con una planificación apropiada si un yacimiento está en peligro o si necesitamos dar respuesta a una pregunta. Una excavación supone una destrucción, es como un libro de tierra que solo se puede leer una vez, con páginas que se destruyen cada vez que se pasan, por eso toda la información que no registremos se pierde para siempre. Paradójicamente construimos el pasado destruyendo el contexto. Lo que transmitimos es sólo el principio de un largo proceso que implica el análisis de los materiales y los sedimentos que los contienen, su interpretación y su validación mediante la experimentación, su presentación a la comunidad científica y su divulgación a la población. La investigación no se termina cuando se publica sino cuando se entiende.

No existen dos yacimientos iguales, de ahí la necesidad de agudizar el ingenio para adaptar los modelos teóricos a cada problemática concreta. Además, cuánto más nos alejamos en el tiempo más sutiles son los restos que encontramos y por tanto más manipulables por las falacias y más difíciles de demostrar, por eso es imprescindible que la investigación vaya de la mano de un marco teórico sólido. Imagínate que en la escena de un asesinato llega alguien que lo recoge todo y se lo da al inspector de turno metido en una bolsa, la cantidad de información que se pierde es irrecuperable, a nosotros nos pasa igual.

Los datos arqueológicos en bruto son poco accesibles a la población y los pocos disponibles, a la hora de divulgarlos, suelen representarse de forma simplista. A la difusión de este contenido no ayuda la arqueología mal entendida como hobby. El coleccionismo de piezas arqueológicas fomenta el expolio, uno de los mecanismos más crueles de destrucción del Patrimonio arqueológico, irreparable al tratarse de un recurso no renovable. Cuando te llevas una pieza del campo, que te puede parecer abandonada a su suerte, es como si te llevaras una pieza de un puzle o de una escena de un crimen, se pierde muchísima información.

No son muchos los casos en los que los recursos arqueológicos se asocian con una forma de generar ingresos para las comunidades, puede que gracias a Indiana Jones. Es fundamental concienciar a la población local y a los posibles expoliadores que vengan de fuera, de la importancia de conservar el Patrimonio arqueológico evitando la tentación de saquear los yacimientos para formar colecciones particulares o hacer negocios con la venta de objetos en el mercado negro. Lo cierto es que no tiene sentido la puesta en valor de los recursos arqueológicos sin una labor previa y continuada de educación que le asigne su valor. Saber de dónde venimos para saber hacia dónde vamos.  

Beatriz Fajardo Fernández-Palma, Doctora en Arqueología.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

¿PROYECTO ORCE O PROYECTO DECEPCIÓN?

Déjà vu, otra catástrofe tecnológica y sigo con los mismos pelos

Reflexiones de supermercado (primera parte)