Una catástrofe tecnológica… y yo con estos pelos
Qué cosas, mi teléfono móvil se
suicidó. Bueno, lo dejé mal puesto en la mesa y pasé sin tener cuidado, con un
mal gesto se cayó de bruces, un salto mortal y adiós. Mira que se ha pegado
tortazos gordos subiendo y bajando por el campito, incluso sobrevivió a una
bajada en modo croqueta. Esta vez fue una caída tonta, boca abajo, un despiste
a menos de 35 cm entre la parte estrecha de mi mesa trillo y el suelo. El golpe
fue fatal y la pantalla irrecuperable, todo se volvió negro. Y qué lata, cómo
condiciona. No puedo evitar pensar en cómo la tecnología ha pasado de ser la
respuesta a una necesidad, a ser generadora de necesidades y cambios cada vez
más rápidos, que afectan a nuestras relaciones sociales y con el entorno.
Una de las viñetas más representativas
que he encontrado sobre esta catástrofe tecnológica (fuente:
https://fr.123rf.com/)
¿Te acuerdas de los teléfonos fijos? Y eso que fue ayer cuando llamabas a una casa y no sabías quién podía contestar. Solía haber una sola línea de teléfono, que compartía toda la unidad familiar. A no ser que hubieras quedado a una hora concreta y estuvieras agazapado al lado de uno de los teléfonos de la casa, buscando la máxima intimidad, cualquier miembro: hermanos, padres o visitas podían descolgar el teléfono. Implicaba un control del entorno social de los miembros, la independencia se reducía a lo que pudiera alargarse el cable del auricular. Además tenías que aprenderte los números de teléfono, incluso de forma involuntaria escribiéndolos o por repetición. Cuando se socializaron los teléfonos inalámbricos ya te podías esconder con más libertad. Fíjate que ahora llamamos a un nombre. No hay duda, es muchísimo más cómodo, pero hemos perdido ese trabajo involuntario de gimnasia neuronal ¿Cuántos números de teléfono te sabes, de esos posteriores a la invasión de los teléfonos inteligentes?
No puedo decir que para mí sea un
drama que mi teléfono no funcione, no estoy incomunicada, tengo un ordenador
con internet. Tampoco el uso de las redes sociales está entre mis virtudes,
aunque estoy aprendiendo. Varias veces me he tenido que dar la vuelta porque me
he dejado el teléfono olvidado en el último sitio en el que lo usé. Es más, asocio
esa incomunicación a lo que más me gusta, entornos menos antropizados. Allí dónde
me encuentro más cómoda y se respira mejor, por ejemplo debajo del agua
enmorcillada en mi neopreno, aprendiendo de otra forma, escuchando y observando
con tiempo y perspectiva. Gracias a mi devoción por la arqueología, he tenido
la oportunidad de vivir experiencias, encuentros y entornos que ya no existen,
que me han marcado.
Me guste o no, si no estás
comunicado no existes y da igual que como yo seas una persona pa’dentro. La comunicación hoy se ha
impuesto como inmediata, como la comida rápida, tenemos que responder enseguida,
todo lo queremos ¡ya! Permite que me ponga nostálgica, se ha perdido la espera
epistolaria del buzón, los borradores tachados antes de pasar la carta a limpio
o el lametazo dulzón al sobre y al sello, los buzones amarillos que han dejado
de formar parte del paisaje urbano, igual que los teléfonos públicos, creo que me
ayudaron a la gestión de la frustración del tiempo.
Ahora no es el mejor momento para
desconectarme. Los proyectos de divulgación, como los pimientos del padrón, que
algunos funcionarán y otros no, tienen que seguir pa’lante. Romper la vitrina de los museos, de forma figurada e
intentar transmitir conciencia con Ciencia, me obligan a depender de ese
rectángulo gruñón, quiera o no. Y sin el apoyo de mi entorno familiar habría
tardado mucho más en solucionarlo.
Me considero una afortunada,
aunque no me importaría una mijita de estabilidad, pero cada vez que pierdo la
esperanza en nuestra especie aparecen personas, experiencias, aprendizajes y
paisajes únicos. Me ha pasado siempre y cómo no como inmigrante, o emigrante
retornada estos últimos años en el Parque Natural de las Sierras de Cazorla,
Segura, las Villas, y también una parte de Pozo Alcón, incluso en
Sevilla.
Dependemos de estos teléfonos
inteligentes, que a veces son más listos que los individuos que los manejan. Pero
la transmisión de la información no es algo moderno, siempre ha existido igual
que los procesos de aprendizaje que se han transmitido de generación en
generación… hasta que se corta la transmisión o aparece el juego del teléfono
roto y nos lo creemos. Otro día te contaré entre otros ¿sabías qué…? cómo se interpretan las pinturas rupestres holocenas,
cuando se estudian en conjunto, usando las adecuadas herramientas SIG (Sistemas
de Información Geográfica, todos nos beneficiamos de las nuevas tecnologías) y
la etnoarqueología, con perspectiva, como sistemas de señalización y el
potencial que tiene para entendernos, y reconocernos.
Nuestros teléfonos inteligentes ya
no se limitan a ser una línea de teléfono individual, donde puedes recibir llamadas
o mensajes escritos y usar como despertador (nadie se acuerda ya de los
fabricantes de despertadores). También se han convertido en un terminal que
recibe a la carta todo tipo de información. Nos convierte en receptores
pasivos, sin rombos ni quiosqueros, sin supervisión del entorno social, ni
preguntas sobre el origen de la información. Me parece preocupante cuando ese
receptor pasivo es un individuo sin espíritu crítico, ni valores que sea capaz
de defender con argumentos.
La tecnología no es buena ni
mala, ni las armas, ni la religión o las palabras, todo depende de cómo y para
qué lo uses. Y ese desarrollo tecnológico, unido a nuestro bipedismo
particular, nuestra capacidad prensil, mutaciones genéticas y habilidades
sociales de adaptación en una escala de tiempo geológico, los que nos
diferencian del resto de las especies, lo que somos hoy.
¿Cómo sabremos hacia dónde vamos
si no sabemos de dónde venimos?
Beatriz Fajardo Fernández-Palma,
Doctora en Arqueología.
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