Aletas inquietas y navegación en la Prehistoria
Ya sabes que soy de una de esas
generaciones influenciadas por una de las obras más características de
Spielberg: Jaws (Tiburón), película
que durante muchos años marcó mi relación con el mar (hace poco Spielberg ha
pedido perdón a los tiburones, a ver cuándo se disculpa con la arqueología).
Esto cambió cuando otra española expatriada en Ecuador me dijo tomando café que
iba a hacer un curso de buceo. Entre mi intolerancia al reguetón, la diferencia
de concepto de vida sociocultural los fines de semana y el ineludible… ¿a que no te atreves?, decidí inscribirme
con ella en el curso de buceo. Respirar debajo del agua no es natural y
necesitamos formación teórico-práctica. La primera parte teórica fue bien, el
problema llegó en las primeras prácticas en aguas confinadas, tampoco me baño
en piscinas, me dan un poco de ascazo, pero bueno, conseguí hacerlas y cuando
llegó el momento de repetir los ejercicios que habíamos ensayado en mar
abierto, me entró un miedo irracional. Nos tiramos al agua con los equipos,
como todos éramos novatos, pasamos un rato flotando como garbanzos hasta que
todos cayeron al agua, con un oleaje al que no estaba acostumbrada, y a la hora
de bajar (ya me imaginaba la bocota del tiburón de cartón piedra) la
visibilidad no era especialmente buena. Pensé que el aire que respiraba no era
suficiente para mis pulmones y que iba a morir. No tenía estrés, ¡tenía escuatro!, me
subieron a la superficie, y cuando me dijeron “Mijita no te preocupes, que si
no puedes te llevo al bote”. Dije “¡¿cómo?! He pagado el curso y lo
termino, me bajas ya por favor”. De
ahí empecé a bucear todos los fines de semana, ahora soy Divemaster (primer
escalón del buceo profesional), además tengo un papelote que dice que soy
arqueóloga subacuática, que conseguí realizando un Máster en la Universidad de
Cádiz. El buceo es lo que me quita las penas, después de enmorcillarme en el
neopreno, esa sensación de gravedad cero, sólo escuchando mi propia respiración
y observando, se ha convertido en una parte imprescindible de mi vida. Y así he
terminado el año gracias a uno de mis oráculos, con las pilas cargadas para los
próximos retos, aunque tengo que aprender a bucear con capucha que me agobia un
montón.
Buceaba sobre todo en Ayangue, un
pueblito de pescadores ecuatorianos de los que aprendí mucho y donde apareció
mi síndrome de las aletas inquietas, necesito bucear. Allí empecé a fraguar una
teoría herética: “Poblamiento Americano, una mirada crítica desde el Sur”,
había un hueco histórico, un enigma, y quise poner mi granito de arena para
resolverlo porque, como dijo Carl Sagan, la
ausencia de evidencia no es evidencia de la ausencia. Los procesos de
colonización de los continentes son complejos, no lo sabemos todo y queda mucho
por conocer y esos procesos migratorios se producen a una escala de tiempo que
supera con creces nuestra memoria actual. ¿Qué pasa con las Américas? Mi
trabajo, mi lectura y la reflexión correspondientes me permitieron asistir a
congresos internacionales, y la aceptación de mi propuesta me llevó a ser
expedicionaria en la Antártida y colaborar en el Arroyo del Vizcaíno (Uruguay),
un yacimiento paleontológico que presenta indicios de acción antrópica,
fundamental para la comprensión del primer poblamiento americano datado en
30.000 años. Cuando volví a España creí que hacer
el Máster de Arqueología Subacuática me permitiría la posibilidad de conjugar
dos pasiones, la arqueología a la que llevo dedicándome plenamente más de
cuatro lustros y el buceo, pero fue un espejismo, volví a escuchar el mismo
mantra: no hay trabajo. Además tuve
que usar mi tema de investigación profesional como trabajo de fin de máster,
para no perder la convocatoria, y ahí se ha quedado secuestrado.
Aquí estoy excavando un pecio durante las prácticas del
Máster, antes me gustaba el trabajo de campo, y ahora no sé si me gusta más el
trabajo de agua (hizo la foto uno de los docentes).
Para desarrollar mi hipótesis, como
es habitual partía de un registro parcial para reconstruir el pasado, que se
complica al estudiar comportamientos que no fosilizan, como el estudio de las
habilidades náuticas en tiempos prehistóricos. Los materiales usados para la
confección de embarcaciones, que podrían constituir una evidencia directa en el
contexto arqueológico, son materiales perecederos que tienden a ser
reutilizados. Aun así existe la posibilidad de encontrar evidencias indirectas
como la presencia de yacimientos más antiguos de lo esperado, estudios de
transporte de materias primas y evidencias paleobotánicas, o de micro o macro
mamíferos en contextos arqueológicos. También son útiles las comparaciones
tecnológicas de los materiales líticos encontrados a ambos lados de las costas,
y por supuesto, la aplicación de estudios paleo-genéticos y la reconstrucción
del nivel al que se encontraba el mar en aquellos momentos. Esos avances metodológicos
ofrecen un panorama más optimista sobre la variedad de comportamientos
complejos de los homínidos que nos precedieron, que incluso compartieron
espacio y tiempo con los primeros humanos anatómicamente modernos (H. sapiens).
La versión oficial dice que H. sapiens colonizó América, ¿pero sólo
por vías terrestres? y ¿fue la única especie que alcanzó el Nuevo Mundo?
América con una superficie de más
de 42 millones y medio de km2 es el segundo continente más grande de
la Tierra, dividido en tres subcontinentes: las Américas. Por su gran tamaño y
sus características geográficas, presenta una gran variedad de contextos desde
los más aptos hasta los más inhóspitos para la ocupación humana. Los últimos
años de investigaciones arrojan indicios sobre una ocupación más temprana de lo
esperado en el continente, pero sigue en pie el paradigma de migración
norte-sur, desde el estrecho de Bering que separa Alaska del norte de Siberia.
A pesar de que existen grandes áreas de terreno inexploradas desde el punto de
vista arqueológico, cada vez encontramos yacimientos de cronologías más
antiguas en el cono sur incompatibles con un rápido poblamiento a pie.
Se han escrito ríos de tinta
sobre el primer poblamiento americano, pero en realidad el Pleistoceno final
americano está marcado por la escasez, precariedad y falta de homogeneidad de
los datos disponibles. Muchos datos provienen de excavaciones antiguas,
recuperadas y estudiadas con metodologías que hoy día están obsoletas. No hay
duda, Beringia fue una puerta de entrada al continente americano, estos
cazadores de megafauna del periodo Paleoindio (Paleolítico americano) llegaron
al continente americano gracias al corredor de hielo intercontinental que unía
Siberia y Alaska entre 20.000 y 13.000 años. ¿Fue la primera y única puerta de
entrada? Hasta hace relativamente poco tiempo la teoría “Clovis first” era la
única aceptada, asumía que unos grupos de cazadores-recolectores del
Paleolítico superior siberiano entraron por Alaska hace unos 13.500 años
siguiendo a los grandes mamíferos que formaban parte de su dieta. Estos H. sapiens producían una tecnología
caracterizada por puntas de flecha acanaladas que daría lugar al complejo
tecnológico Clovis, y serían el origen de una rápida expansión por todo el
continente. El interés de los investigadores por conocer el proceso de
poblamiento del continente americano produjo nuevos trabajos de campo y nuevos
descubrimientos, para los que la teoría de “Clovis first” no daba explicación. Si
el desplazamiento terrestre no responde a las preguntas, todavía no conocíamos
el transporte aéreo y descartamos el teletransporte, solo quedaban las rutas
marítimas. Descubrimientos en Sudamérica como Monte Verde (Chile) tambalearon
el paradigma dominante. Y surgieron nuevas teorías, Denis Stanford, propuso
otra vía de acceso al continente, basándose en el parecido entre la tecnología
Solutrense europea y la Clovis norteamericana, ambas presentan retoques planos
en la industria lítica. Stanford sugiere que los cazadores recolectores
solutrenses europeos pudieron cruzar el congelado Atlántico norte siguiendo la
ruta que actualmente siguen los transatlánticos.
¿Pudieron llegar por rutas
marítimas? Las inesperadas fechas obtenidas en Monte Verde, entre otros
yacimientos americanos, son el argumento principal para proponer posibles rutas
de migración a través del Pacífico o del Atlántico. Esta propuesta implica la
existencia de navegación intercontinental hace más de 18.000 años, ¡4.500 antes
del paso del estrecho de Bering! Otra de las rutas de poblamiento propuestas en
la bibliografía partiría del mar del Japón, los pescadores podrían seguir el
salmón hasta la baja California durante el invierno. Lathrap va más allá, en su
artículo “Our father the cayman, our
mother the gourd” (Nuestro padre el caimán, nuestra madre la calabaza) sugiere
el posible contacto de pescadores faenando en caladeros de la costa occidental
de África (Nigeria) con los del cuerno oriental de Brasil (Piauí), ya que la
aparición de la calabaza en el continente americano (planta de origen africano)
sigue siendo una incógnita.
Los hallazgos de Monte Verde
(Chile) sugieren un aporte extra de población que podría haberse realizado vía
Australia, Nueva Zelanda, Melanesia o bordeando la Antártida, accediendo así al
Continente americano por Patagonia. La hipótesis que aboga por una travesía por
el Pacífico se apoya especialmente en los parecidos físicos de los escasos
restos humanos encontrados en Sudamérica y los aborígenes australianos.
A partir del año 2000 otra teoría
cobra fuerza, defiende que los primeros colonizadores del continente americano,
habrían llegado en barco o en balsa, siguiendo de cerca la costa del estrecho
de Bering y al abrigo de las Islas Aleutianas en lugar de hacerlo a pie.
Gracias a los parecidos
culturales o físicos entre las poblaciones a ambos lados de los océanos
Pacífico y Atlántico han surgido otras teorías sobre el primer poblamiento
americano que implican travesías marítimas más largas. También está sobre la
mesa la hipótesis de una migración hacia Sudamérica desde Australia y Tasmania
bordeando las islas subantárticas, siguiendo las costas de la Antártida (o
banquisa), durante la última glaciación, base para mi teoría de Poblamiento
Americano por el Pacífico sur, pero más antigua. Los defensores de esta ruta
migratoria durante el Holoceno se apoyan en las similitudes culturales y
fenotípicas entre los aborígenes australianos y las tribus Selknam y Yagan del
sur de la Patagonia.
Posibles vías de poblamiento americano propuestas en la
bibliografía para grupos de H. Sapiens
y la mía, en esta figura no aparece la complejidad del Poblamiento eurasiático.
Estos navegantes habrían
subsistido alimentándose de la pesca o de las presas que podían capturar cuando
era posible atracar en las costas. Aunque hasta el momento, no se han
encontrado evidencias arqueológicas de embarcaciones, éste no es un argumento
para descartar la teoría, es difícil que la madera se conserve durante tanto
tiempo ya que tienen que darse las condiciones adecuadas. Además, esta
hipótesis presenta una ventaja, la colonización por navegación permite reducir
el tiempo necesario para conquistar el continente americano de norte a sur. Si
estos viajes son posibles desde el punto de vista técnico deberíamos
preguntarnos por las razones que impulsaron a las sociedades prehistóricas a
emprenderlo. Para preparar un viaje de estas características haría falta preparar
agua potable o controlar los sistemas de captación de agua y comida para todo
el viaje, y más importante aún, embarcaciones capaces de resistir navegación de
altura. De ahí se derivan otras preguntas: ¿Cómo estos grupos humanos que
partían hacia lo desconocido podían predecir lo que les esperaba tras esa masa
de agua inabarcable? La diversificación de las posibles rutas de poblamiento
del continente americano abre la puerta a nuevas preguntas que la hipótesis
tradicional no es capaz de responder, si los grupos procedentes de Siberia
atravesaron a pie el estrecho de Bering para después repartirse rápidamente por
toda América ¿Por qué habrían descendido a una zona tan inhóspita como Tierra
de Fuego después de haber dejado atrás entornos donde podrían vivir sin escasez
de recursos? Aún son muchas las preguntas sin respuesta, pero el aumento de
interés, científico y social por comprender el proceso de poblamiento de las
Américas ha conducido a un aumento sustancial de evidencias arqueológicas
asociadas a este periodo. Sin embargo, no todos los trabajos se han realizado
respetando el método científico, algunos ni siquiera fueron tomados en cuenta y
en otros casos no consiguieron suficientes argumentos para convencer a la comunidad
científica de la veracidad de los datos que presentaban. Aun así, la
perseverancia de algunos investigadores ha permitido esbozar un mapa del primer
poblamiento americano. Desde el extremo oriental de Siberia hasta Tierra de
Fuego, varios yacimientos jalonan la geografía americana, testigos mudos por
mucho tiempo de la primera llegada de los primeros humanos al Nuevo Mundo, ¿por
qué cerrar las puertas a aceptar una presencia más antigua y compleja en el
continente americano?
Los procesos migratorios son
complejos y continuos, si no tendríamos un gran problema de endogamia. No lo
sabemos todo y queda mucho por hacer. A pesar de no haber encontrado evidencias
directas de embarcaciones, es irrefutable la existencia de la vía marítima como
vía migratoria, que además es la más rápida y es más antigua de lo esperado.
¿Cómo sabremos hacia dónde vamos
si no sabemos de dónde venimos?
Beatriz Fajardo Fernández-Palma,
Doctora en Arqueología.
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