¿Qué pinta una arqueóloga en la Antártida?

 

¿Conoces esa aplicación del teléfono que por las mañanas te manda una notificación con recuerdos de fotos? Esta mañana me recordó el principio de mi experiencia antártica. Esa red en el océano que es la memoria me llevó al viaje en el Aquiles, buque de la Armada Chilena y medio de transporte entre Punta Arenas y la base antártica ecuatoriana Pedro Vicente Maldonado, en la Isla de Greenwich, en el archipiélago de las Shetland del Sur…una experiencia brutal. En el Aquiles me aficioné a la yerba mate y gané un karaoke cantando Rata de dos patas de Paquita la del Barrio (¿en quién estaría pensado?), todavía no me explico cómo porque cantar no está entre mis virtudes.

Gracias a compañeros de la Facultad de Ciencias de la Tierra de la ESPOL (Guayaquil), donde creamos la Carrera de Arqueología de la que fui docente y directora, conseguimos urdir y poner en marcha un proyecto transdisciplinar: Evidencias Geológicas de Cambio Climático y Antropización en la Isla de Greenwich, donde encajaba estupendamente mi teoría de Primer Poblamiento Americano: Una mirada crítica desde el Sur. No sólo aspiramos a comprender las relaciones de dependencia recíproca entre el clima, el ecosistema, eventos geológicos y la adaptación humana, sino también mejorar la capacidad de planificación de las políticas de sostenibilidad en la Antártida. Un sueño con colores, olores y sonidos muy particulares difíciles de describir, que quedan impresos en la memoria igual que esos cielos estrellados o los atardeceres de colores.

                                                Integrándome con el entorno en la Isla de Greenwich, la foto la hizo mi compi Christophe.

Sí, también existe arqueología en la Antártida. Toda actividad humana es susceptible de ser estudiada con metodología arqueológica. ¿Sabías que antes del descubrimiento de la electricidad las ciudades se iluminaban con grasa de ballena? Imagínate cómo eran las matanzas de ballenas justificadas por la literatura de la época, fíjate en la percepción que plasmó en 1851 Herman Melville en Moby Dick, o la historia de Pinocho y Geppetto, aunque la ballena que transmitió Disney en realidad era un tiburón en su versión literaria de 1883.

La información actual apunta a que la presencia humana en el Continente Blanco no aparece de forma estable hasta principios del siglo XIX, cuando cazadores de focas y ballenas explotaban los recursos de la zona, pero no existe consenso sobre quién fue el/los descubridores reales. Desde finales del siglo XV la expansión geográfica europea se hace imparable, las innovaciones náuticas permiten a los barcos adentrarse en alta mar, alargar la duración y el trayecto de las expediciones. En 1603 tras el encargo del virrey de Perú, Gabriel de Castilla partió con tres naves a hacer frente a los corsarios holandeses que saqueaban las costas del Pacífico sudamericano. Durante el viaje se enfrentaron a una tormenta que les obligó a desviarse de su ruta, llegando a los 64˚ de latitud sur donde avistó las montañas nevadas, que resultaron ser las islas Shetland del Sur. Así, se convirtió en el primer europeo en avistar el archipiélago y puede que el primero en pisarlo aunque no se lo reconozca la Historia, todavía no se ha encontrado el San Telmo, el barco en el que viajaba. Para otros historiadores fue el neerlandés Dirick Gerrits el primero en avistar el hoy llamado archipiélago de las islas Shetland del Sur. Más tarde, en 1773, James Cook cruzó ¿por primera vez? el círculo polar sur. A partir de este momento exploradores de distintas nacionalidades realizaron otros viajes que permitieron ampliar el conocimiento sobre esta Terra incognita, hasta que en 1819 el inglés William Smith bautizó el archipiélago bajo su actual nombre. Esta explotación antrópica del continente blanco en el siglo XIX atrajo la mirada de los arqueólogos, que desde los años 60 del siglo pasado han aportado bastante información sobre cómo trabajaban y vivían los responsables de la explotación de focas y ballenas. No podemos olvidarnos de Shackleton, admirable expedicionario de origen irlandés, conocido por sus tres fracasos y su empeño por mantener a toda la tripulación con vida.

Mi misión como responsable del componente arqueológico del proyecto, y primera arqueóloga española que ha puesto las patitas en la Antártida con un proyecto propio de investigación, era delimitar las concentraciones de materiales o materiales aislados consecuencia de cualquier actividad antrópica en el espacio explorado, registrando características como la densidad de los restos, tipos, categorías, orientación y la superficie que ocupan. Elementos que puestos en relación con otras características topográficas y edafológicas, incluso las corrientes, nos ofrecen una información dinámica sobre cómo los grupos humanos han aprovechado el territorio. Grosso modo mi trabajo consistía en buscar, especialmente en zonas libres de hielo, evidencias de actividad humana de cualquier época. Sólo pudimos ir dos representantes del proyecto, un amigo para siempre, por lo menos por mi parte, experto en el tratamiento de imágenes de satélite, y yo. Así que teníamos que encontrar tiempo para recoger muestras geológicas y de agua aparte de nuestros respectivos trabajos. Además en la Antártida no debes estar solo, y si algún compañero necesita ayuda o compañía para cumplir sus objetivos vas, mola un montón.

Pasábamos por sitios donde vomitaría una cabra, pero sin perder el entusiasmo, Esta foto la hizo Miguel Ángel, un periodista español, un crack.

 

Y esos descansitos, tiempo para observar, oler, oír. La foto la hizo mi compi Christophe.

Después de este día perdí algunas uñas de los dedos de los pies, fue un día duro. Entendí cómo se forman las morrenas, y por qué no debes ir sola.

La Antártida es un contexto duro de trabajo, si se te olvida algo no puedes mandar a un pingüino mensajero, aparte del trabajo de campo, en la base no existe intimidad, como en cualquier contexto cerrado. Conocí personas extraordinarias, y desarrollé aversión por otras de las que ya ni me acuerdo, pero puedo afirmar sin dudas que ha sido una de las experiencias más bestiales que he tenido, y que me quiten lo bailao.

¡Qué cosas! con esta, ya van doce entradas en mi Diario de una Homo migratorius. Hace un año después de tomar una infusión con mi profesor de literatura del instituto y sin embargo amigo, me animé a publicar mis reflexiones. Cierro este primer ciclo no sin antes agradeceros la lectura, y sobre todo la paciencia de mis oráculos que revisan, recortan y muchas veces bajan el tono de estas líneas. Espero que la segunda temporada que estoy urdiendo os siga interesando.

¿Cómo sabremos hacia dónde vamos si no sabemos de dónde venimos?

Beatriz Fajardo Fernández-Palma, Doctora en Arqueología.


Comentarios

  1. Vaya experiencia, tienes sangre de exploradora. Me ha encantado, como siempre

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