Mamá quiero ser científica

 

No sé si te has fijado, al igual que en Navidades las publicaciones y las marquesinas se inundan de anuncios de colonias y juguetes, cuando llega la primavera los periódicos, emisoras de radio y televisiones multiplican sus informaciones sobre qué estudiar, se acerca el momento en el que una nueva generación de alumnos tienen que escoger su camino. Aparecen innumerables artículos que se ocupan de las carreras con más o menos salidas laborales o qué tienes que estudiar para ganar al menos X euros al mes. Algunos lo tenemos claro desde el principio, vocaciones que te suben por el lomo en las que te dejas la piel aunque te enfrentes a un futuro incierto, incluso cuando tu entorno no lo entiende. Para otros lo normal es seguir la tradición familiar, trabajos o negocios que se heredan de generación en generación, o se eligen salidas laborales en función de la posición social que otorgan y la tranquilidad de no tener que mirar el saldo en la cuenta del banco a final de mes, siempre con derecho a cambiar de opinión. Todas las opciones están bien, tiene que haber gente pa tó, aunque también como en la naturaleza hay parásitos.  

Las llamadas carreras de Humanidades suelen salir peor paradas, y la Arqueología que como grado existe desde hace muy poco, no se queda atrás. No significa que no haya habido o haya actualmente excelentes profesionales que han conseguido demostrar que invertir en pasado tiene mucho futuro, pero son islas en un mar en el que se nos olvida que nuestra función es social, que somos mediadores no propietarios, reconstruimos el pasado para los que vendrán después sobre la base de los errores y aciertos de los que nos precedieron, un trabajo en equipo a largo plazo que requiere actualización continua y un objetivo común. Ya ves, Arqueología tiene una de las cuotas más alta de estudiantes arrepentidos, ¡y mira que son pocos! Son cosas que no entiendo, si le das una patada a una piedra en la Península Ibérica y te sale un yacimiento arqueológico, ¿por qué no hay puestos de trabajo? Qué mejor forma de demostrar lo bien que se vive aquí, sobre todo en Andalucía, si ya lo sabían nuestros antepasados desde hace al menos 1.400.000 años.



Ya sabes lo que pienso sobre Indiana Jones, Spielberg ya ha pedido perdón a los tiburones, a ver cuándo se lo pide a la Arqueología. Pero es uno de los ejemplos que representan nuestra situación, en este caso centrado en Cataluña y en arqueología de gestión, que está mejor que en Andalucía, en términos de inversión en identidad cultural. 

Tengo un tremendo respeto por el concepto de Universidad, por eso de que no pararé de aprender hasta que me saquen con las patitas por delante, pero no comparto nuestro actual sistema de educación. Entre la letra con sangre entra y te regalo un título con la caja de galletas hay un montón de grises. Afortunadamente quedan profesionales excelentes en distintas áreas, y estudiantes brillantes, pero en el momento que los títulos se regalan con las cajas de galletas y todo el mundo tiene uno, pierden su valor y ya ves, algunas de las grandes fortunas de la Lista Forbes no tienen títulos universitarios y no pasa nada.

He tenido suerte, me he formado en distintas universidades con equipos distintos, conseguí una beca del equivalente francés al Ministerio de Asuntos Exteriores para hacer mi doctorado, que también me permitió aprender en Estados Unidos. Empecé la carrera de Historia en la Universidad de Sevilla y la terminé en Granada, pero sin formación en el periodo que me interesaba, la tecnología en el periodo más largo de toda nuestra Historia, el Paleolítico, y paradójicamente el peor representado en los programas de formación andaluces. Después de trabajar en Arqueología de gestión empezó mi epopeya francesa con la misión de encontrar un Máster que me permitiera aprender, porque al que intentaron obligarme no me interesaba, Geología y Biología marina en la Universidad de Perpiñán, todavía guardo las cartas y las amenazas. Hace ya casi 4 lustros, tempus fugit, sí o sí tenía que vivir en un pueblo cercano a Perpiñán, pero iba a clase a la Universidad de Montpellier… ida y vuelta todos los días hasta que hice amiguetes que me ofrecían asilo político de vez en cuando, pero siguiendo las enseñanzas de un oráculo, ella decía que las visitas son como el pescado, que a los 3 días huelen (yo ahora cuando lo digo suelo cambiar el pescado por cadáver). Me fui sola, así que tenía que aprender el idioma, y es frustrante cuando estás en ese nivel en el que entiendes casi todo lo que te dicen, pero no tienes a mano las palabras adecuadas, a pesar de escribírmelas por las manos y los brazos, hasta que llega un clic y empiezas a chapurrear sin pudor. En ese proceso tenía que inscribirme en la Universidad. No se me olvidará, llegué sola a un despacho que tenía un cartel grande en la puerta “acogida de estudiantes extranjeros”, justo en el cambio del Plan Bolonia, y allí me planté con mi licenciatura y toda mi ilusión. Evidentemente tenía problemas de comunicación y la señora que estaba detrás del despacho, con muy poquitas ganas de escucharme, me dijo algo así como que no le cuadraba que hubiese terminado una carrera de 5 años en 4, y que como en España tenemos un nivel más bajo, no me podía inscribir en el Máster que quería, tenía que inscribirme en el equivalente a nuestro tercero de carrera para llegar al mismo nivel que los demás. No te puedo explicar la impotencia al no tener las palabras para defenderme pero la lié parda, terminé llegando al Decanato y después de un proceso largo conseguí inscribirme como única extranjera. Las primeras clases fueron raras, ¿cómo cojo los apuntes, en español, francés o espancés? Peor cuando empezaron a dar por sentado que todos teníamos una base de matemáticas, geología, física, estadística multivariable… o pedía apuntes a mis compañeros, en francés. Ahí me acordé de la señora desagradable, evidentemente las formas no fueron adecuadas, pero no lo dudes, la formación era distinta y no veas cómo me tuve que poner las pilas. Recibí un montón de ayuda de amigos que pasaban horas dándome clases y bibliografía, que me permitió estar en los primeros puestos de la promoción, aprendí mucho hasta sueño en francés, y ahí sigo.

Qué cosas, también aprendí que el conocimiento no se vende por kilos, hay premios Nobel que se han ganado con el contenido de medio folio. Fíjate tenemos organizaciones e instituciones internacionales dedicadas exclusivamente a la tutela del patrimonio cultural, una legislación internacional que nutre nuestra legislación nacional y autonómica en todo lo relacionado con el patrimonio arqueológico, y luego tenemos proyectos que funcionan y otros no (cuando funcionan crean puestos de trabajo), a lo mejor necesitamos una mijjita de reflexión ¿Por qué?

Tengo colegas que se han reproducido y que, en petit comité después de un par de cervezas, comentan, ¿y qué le digo a mi churumbel cuando crezca?, ¿que se esfuerce y que estudie para mejorar o que juegue al futbol?, ¿que cree contenido para las redes sociales o se líe con un/una famoso? Yo suelo escuchar y asentir, ya he aprendido que si doy mi opinión suelo salir mal parada. Mientras tanto otros encuentran bacterias en dientes prehistóricos con potencial para generar nuevos antibióticos o aparecen paleoantropólogos que resuelven crímenes actuales. Todos los aplausos a las 8 de la tarde durante la pandemia para los profesionales de la sanidad se han quedado también en agua de borraja y no es por falta de talento, seguimos igual. Si quieres investigar búscate la vida y usa tu tiempo libre, y eso que es para los demás… y así nos va. Yo sigo con lo mío, si quieres cambio camina distinto.

¿Cómo sabremos hacia dónde vamos si no sabemos de dónde venimos?

Beatriz Fajardo Fernández-Palma, Doctora en Arqueología.


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