Tururú (segunda parte)… que te vi.

 

He vuelto a ser gafotas, me da coraje aunque no es ningún drama. Lo he sido desde pequeñita, incluso era de las que llevaban también el parche en un ojo, ese marroncito que te depilaba las cejas de forma involuntaria, pero afortunadamente se enderezó mi vista. Todo pasa y todo queda, y he vuelto a necesitar ojos de repuesto. Qué cosas, me ilusionaba que al volver de Ecuador, aunque me traje puestas algunas alergias y tenía una talla menos de pie, había mejorado mi visión. Leo y escribo mucho y a veces me mareaba con las gafas, fui al oculista pensando que me iba a poner cristales de culo de botella y cuál fue mi sorpresa cuando me dijo que no las necesitaba más, pero que no me emocionara que la presbicia estaba a la vuelta de la esquina. Ahora tengo ojos nuevos.

Puede que entre otros contribuyó a mi gusto por la lectura compulsiva mi profe de Literatura del instituto, todavía recuerdo cuando nos habló de Fray Luis de León. Sus biógrafos cuentan que en sus años de docencia cada día resumía las lecciones explicadas en la clase anterior, y yo intento imitarlo. Aunque es de sobra conocida, no puedo evitar contar la historia de su vuelta a la Universidad tras ser acusado y encarcelado por preferir el texto hebreo del Antiguo Testamento a la versión latina oficial (la Vulgata de San Jerónimo), y sobre todo por atreverse a traducir el Cantar de los Cantares a la lengua vulgar, algo expresamente prohibido por el Concilio de Trento, cuando retomó sus lecciones con la frase sublime Decíamos ayer… (Dicebamus hesterna die), como si sus cuatro años de prisión no hubieran pasado.

Decíamos ayer que uno de los pocos hechos democráticos que existen en nuestra especie es la muerte, por ahí vamos a pasar todos de una forma u otra, pero para nuestra cultura no deja de ser un tabú, y no te imaginas la cantidad de información que se puede extraer de los muertitos gracias a la arqueología, en función de su conservación, el presupuesto, la formación y habilidad de los responsables… si no sabes, no toques porque la excavación arqueológica es destructiva ¿Sabías que gracias al análisis de sarro en restos neandertales podemos afirmar que conocían las propiedades analgésicas de las plantas? También se han encontrado en todos los continentes y cronologías cráneos humanos modificados para ser usados como copas, hasta un peine fabricado con huesos humanos, y mucho más reciente el uso de esqueletos humanos como elementos de construcción, no sé si has visto alguna vez osarios, o catacumbas como las de París, entre muchas otras. Y ya ni te hablo de las modificaciones corporales con las que todavía te puedes encontrar en el transporte público (voluntarias e involuntarias), o los huesitos de muerto, esas partes de nuestros antepasados guardados con devoción para que protejan a sus descendientes. Aun hoy en algunas zonas del sur de la península ibérica se mantienen como tradición, aunque lo conocí en el norte de Sudamérica, pero eso te lo cuento otro día porque si no necesito un desplegable. 


Estos dos individuos se encontraron a pocos metros de distancia en una excavación ruso-ecuatoriana con la que colaboré hace unos años. Una cultura que enterraba a sus muertitos dentro de sus casas, como los argáricos en la península ibérica entre otros, pero bastante antes. Fíjate en las diferencias: el primero está desmembrado y bien organizadito en paquetes, mientras que el segundo está tranquilamente espatarrado ¿Por qué? El yacimiento es brutal.


Es de primero de reconstruir el pasado y de identidad cultural, que no podemos juzgar lo ocurrido en distintos contextos y distintas épocas con nuestros criterios morales actuales, por eso como ciencia esa reconstrucción está en continua construcción para seguir siendo a día de hoy la herramienta más objetiva que ha encontrado nuestra especie, autodenominada Sapiens, para dar explicación a lo que no entendemos. Tenemos que ser coherentes, desde la arqueología partimos de un registro parcial para reconstruir el pasado y no todos los comportamientos fosilizan, pero cada vez tenemos más herramientas que nos permiten inferirlos desde el registro material.

Estarás de acuerdo en que el canibalismo atrae y repugna al mismo tiempo. Es otro de los tabúes de la sociedad actual, siempre asociado a otros tiempos u otras culturas que nos espantan. Hasta finales del siglo pasado no había suficientes herramientas para afirmar la existencia de canibalismo entre nuestros antepasados prehistóricos. Pero tras algunos hallazgos e investigaciones realizados en los últimos años, ya no cabe la menor duda, descendemos de caníbales.

En contextos arqueológicos las marcas de corte de herramientas sobre huesos humanos son la evidencia más sólida para identificar el canibalismo, además del depósito de restos humanos en basureros formados por deshechos de otras especies consumidas. Como afortunadamente no tenemos una máquina del tiempo, porque si no se acabaría la poca oferta laboral que tenemos los arqueólogos, la única herramienta posible para entenderlo es la comparación del registro arqueológico con los modos de vida de las llamadas sociedades no capitalistas actuales. Y no, no se han quedado fosilizadas en el tiempo, como nosotros se han adaptado a los cambios en su contexto, pero nos aportan datos que nos permiten levantar el velo que cubre lo que no entendemos, sobre todo perspectiva. Pero si hasta nuestros primos cercanos, los chimpancés, practican el canibalismo entre otras muchas especies. ¿Cómo lo interpretamos?

Acaba de ser noticia el hallazgo de marcas de corte en restos humanos hace 1,45 millones de años. Una paleoantropóloga estadounidense estaba buscando rastros de mordeduras de animales en una tibia fósil hallada en los años 70 en Kenia y almacenada en el Museo Nacional de ese país, y se dio cuenta de algo extraño, el hueso tenía en uno de sus extremos varias marcas rectas y paralelas que no podían haber sido hechas por los dientes de ningún animal. Sostienen que este puede ser el caso de canibalismo humano más antiguo conocido. Las evidencias más antiguas que conozco, se presentaron en la 8º reunión de la Sociedad Paleoantropológica, Ohio 1999, tras el estudio de casi un millar de restos de fauna en la cueva de Sterkfontein (Sudáfrica), donde documentaron los restos de un cráneo (individuo 5) con marcas de corte que no se pueden producir por otras causas que no sean por el uso de herramientas. No sabemos si se lo comieron o no, pero lo que es seguro es que le abrieron el cráneo para exponer su cerebro hace casi 2 millones de años. También lo encontramos en la Gran Dolina de Atapuerca, otro de sus yacimientos bandera, o en la Carigüela, esa cueva granadina con actividad neandertal abandonada a su suerte, entre muchos otros yacimientos o restos ya extraídos hace tiempo que esperan en los museos para volver a hablar.

El canibalismo que ha descrito la antropología puede ser de distinta naturaleza: el primero consiste en grupos que consumen respetuosamente los cuerpos de sus miembros fallecidos, con la idea de que sigan viviendo en ellos. El otro consiste en comer a los miembros de otros grupos, pero eso no significa que se coman a cualquier pendejo como en Holocausto Caníbal, el individuo comido tiene que tener alguna característica que el que lo ingiere quiera reforzar o adquirir. Estos dos tipos se clasifican en canibalismo endógeno o exógeno, en función de si se ingiere a un miembro del grupo o a alguien de fuera. Por último, tendríamos el canibalismo por necesidad, recordarás la experiencia de los pasajeros del avión uruguayo que se estrelló en los Andes que quedó inmortalizada en el libro y la película Viven, y que ha ocurrido, ocurre y probablemente seguirá ocurriendo en muchas situaciones extremas. Y ahora… ¿el canibalismo es bueno o malo?

¿Cómo sabremos hacia dónde vamos si no sabemos de dónde venimos?

Beatriz Fajardo Fernández-Palma, Doctora en Arqueología.


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