Reflexiones de supermercado 2. Septiembre siempre huele a Carolina


Como cada mes me dirigía con resignación a abastecerme de los víveres necesarios para mi subsistencia, ya sabes que ir a comprar no está entre mis hobbies. Suelo ir a tiro hecho y siempre hago una lista que al final se queda en la mesa de mi casa, pero bueno, no suelo salir mal parada. Eso sí, intento terminar lo antes posible. Recorría rápido los pasillos del supermercado cuando vi a una señora mayor que no llevaba carrito, tenía abrazada toda su caza y se le cayeron varias cosas al suelo mientras la gente pasaba delante sin echarle cuenta. Ella se agachaba con mucho trabajo y yo me abalancé para ayudarle a recoger lo que se le había caído, me miró sorprendida. Se me erizó el lomo con su mirada, estaba hambrienta de atención y sobrada de soledad, en algo más de media hora me contó su vida, y aunque tengo problemas cuando me toca alguien que no conozco, se me agarró del brazo y no hice nada para impedirlo. No pude evitar acordarme de actitudes que quedan en algunas (pero pocas) sociedades actuales, por ejemplo, de las mingas en el Ecuador, que no es nada que le cuelgue entre las piernas a cualquier individuo masculino. En kichwa, idioma hablado por la mayoría de las comunidades indígenas ecuatorianas, la minga es una de sus prioridades. Es un trabajo colectivo con fines de utilidad social y carácter recíproco, cuidan a sus mayores con respeto, arreglan caminos, limpian el entorno entre muchas otras actividades. Es una tradición que se remonta al periodo precolombino, consiste en el trabajo no remunerado para la comunidad, es una obligación moral que beneficia a toda la sociedad y consolida las relaciones entre los individuos que participan, se basa en la acción colectiva por el bien común pero, ¿desde cuándo podemos rastrear estos comportamientos gracias a la arqueología? 

Una de las primeras evidencias que conozco se encontró en Dmanisi, Georgia. Un yacimiento brutal datado en 1.800.000 años donde se encontraron una concentración inusual de restos humanos (Homo georgicus) para estas cronologías, entre ellos un cráneo de un adulto mayor que había perdido todos sus dientes y tenía sus alveolos cerrados (es decir que los había perdido tiempo antes de fallecer). No podría haber sobrevivido sin la ayuda del grupo que le aportara lo necesario, aunque no es algo exclusivo del género Homo. Entre otros tenemos evidencias de restos de un Lycaon lycaonoides que es como el tatarabuelo de los perros, en un yacimiento del sur de la península ibérica. Un individuo que nació con una asimetría en el maxilar y la mandíbula que le impedía cazar y llegó a ser adulto, podemos inferir que habría sido imposible si no tuviese la ayuda del grupo hace un millón y medio de años.

Este es el abuelo de Dmanisi (Foto: Dmanisi Museum-Reserve)

 Es septiembre y desde hace tres lustros para mí es sinónimo de Carolina, ella nunca tuvo la misma suerte que el viejito de Dmanisi o el lycaon. No era un ejemplo a seguir pero era una niña buena, cariñosa y alegre con todos sus defectos, compartimos muchas experiencias y confidencias durante años. Nunca tuvo una guía, sólo se la querían quitar de encima, fui testigo y me ayudó a entender la suerte que he tenido con mi entorno. No tuvo cariño familiar, fue una pelota incómoda de la que querían librarse sus progenitores. El único calorcito que tuvo lo encontró en las drogas y en su gitano tuerto, ya ves, la encontraron por el olor, en avanzado estado de descomposición, embarazada y con sobredosis en su casa de la calle Empedrada del barrio de San Miguel, Jerez en septiembre de 2008. La espolvorearon por Archidona y no era lo que ella quería, ya no hay sitio para ir a visitarla. Hace ya 15 años pero mientras viva, en septiembre siempre me acordaré de ti, Carolina.

Y ahora, ¿te paras a ayudar a quien tienes cerca si no lo conoces? Sigo convencida de que invertir en pasado tiene mucho futuro, y más en estos tiempos convulsos. En momentos de incertidumbre generalizada como la que vivimos, ahondar en el conocimiento de nuestros orígenes, de nuestras raíces, cobra un interés social especial: nos permite entender un pasado común, un orgullo compartido, puede que los arqueólogos seamos más importantes de lo que piensas.

¿Cómo sabremos hacia dónde vamos si no sabemos de dónde venimos?

Beatriz Fajardo Fernández-Palma, Doctora en Arqueología.


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