Abrazando árboles o amores que matan
Hoy gracias a las redes sociales
las modas cada vez son más variadas y efímeras. Desde cortes de pelo que imitan
a deportistas, personajes de series o películas, pasando por dietas milagrosas
o el consumo de distintos productos innecesarios, hasta la forma de vestir. Hay
de todo, incluidos retos virales que le dan un empujoncito a la selección
natural. Ya ves, ¡las marcas de ropa llevan más de 20 años insistiendo en la
vuelta de las hombreras!
Hace años se puso de moda abrazar árboles, una práctica de origen japonés (shinrin yoku o baño forestal) como un medio para entrar en sintonía con la naturaleza y fluir con un mayor nivel de bienestar que para este ecologismo de parque de barrio es una terapia que proporciona un mejor desarrollo psicológico y emocional a los individuos que lo practican. Un abrazo es una muestra de afecto, cariño o complicidad, cuando se produce entre individuos de la misma especie entrelazando los brazos y acercándose, es el acto público con ropa donde entra en contacto una superficie más grande entre dos cuerpos, cuando se realiza con el cuerpo adecuado suele ser reconfortante y calentito. Cuando ese abrazo está dirigido a árboles es casi imposible acercarse sin pisar sus raíces o la base del tronco, con esas buenas intenciones es necesario sólo un segundo para producirle un daño irreparable. Somos animales gregarios y esta moda ha creado un desfile de individuos que se dedican a abrazar los árboles más viejos sin darse cuenta que es una forma de debilitarlos, de acortarles la vida, una destrucción inconsciente de nuestro Patrimonio Natural… de buenas intenciones está el mundo lleno. Puede parecer un acto de ternura y afecto desde el antropocentrismo más absoluto, pero también puede llegar a perjudicar de forma irreversible a esos seres vivos, y de árboles no vamos sobrados.
Hace poco un ayuntamiento
cántabro se ha tenido que poner serio para parar estas hordas de abraza-árboles
en su bosque de secuoyas, que han provocado una masificación en el espacio
natural con su consecuente deterioro. Si echas un vistazo a las redes sociales
puedes encontrar una gran variedad de cuerpos humanos abrazando árboles sin ser
conscientes del daño que provocan en su corteza, poniendo en peligro su salud.
Ese roce continuo produce una degradación de la corteza, su protección, pero
las redes sociales siguen llenándose de individuos abrazando los árboles, con
el añadido de quien se lleva un recuerdito, la amputación de un trocito de
corteza que termina cogiendo polvo olvidada en cualquier rincón.
No hay nada que me guste más que
perderme en el campo sin cobertura, bueno está empatado con el buceo, y no hace
falta tocar para que sea satisfactorio, también puedes mirar, oler, y el estrés
también se va. Me gusta ver mi pañuelo granate (siempre voy al campo como los
Tuareg) que ya es como un queso gruyere, enganchándose en los arbustos, con las
manos pringosas después de apartar las jaras pegajosas o la satisfacción del
objetivo cumplido. Acabo de volver de un fin de semana en el campito con una
compañía excepcional, sin necesidad de tocar nada que no sea necesario, ni
siquiera he hecho la croqueta, me encanta tirarme al suelo y rodar, siempre que
antes verifique la ausencia de excrementos, plantas potencialmente afectadas y
elementos punzantes. Alucino mirando las cicatrices del relieve que nos cuentan
cómo se forma nuestro entorno, no sólo el contenido es interesante (vegetación,
fauna o restos arqueológicos) también el continente, el relieve, que nos cuenta
una historia trepidante siempre que contemos con una mediación adecuada para
entenderla.
Esas buenas intenciones con
resultados funestos se pueden rastrear en la gestión y reproducción del
conocimiento sobre nuestros antepasados más lejanos, que es la base de nuestra
identidad cultural y el periodo más largo y desconocido de nuestra Historia, si
no sabes no toques. Hace ya casi 40 años que existe un marco jurídico nacional
que impone el carácter demanial (es decir, nos pertenece a todos) sobre todo
nuestro Patrimonio incluido el arqueológico, ya ves aquí se vive tan bien que
ya lo sabían nuestros antepasados, tenemos de todo ¿Cómo puede contribuir al
beneficio de nuestra sociedad actual al igual que ocurre en otros sitios? En la práctica, en la arqueología
paleolítica de Andalucía tenemos sobre todo pequeños reinos de taifas que no
aportan nada a la sociedad, además todos se llevan mal, cualquier telenovela
venezolana se queda en bragas al lado de lo que hay que sufrir si quieres jugar.
Ya te he contado otras veces cómo te cortan la cabeza si sacas los pies del
tiesto, es como si se mearan alrededor de su área de trabajo para marcar el
territorio, una opinión distinta es interpretada como un ataque personal… llevamos toda la vida haciendo lo mismo y
vas a venir tú a cambiarlo, o la otra cantinela, aquí está todo hecho. Pero eso sí, te roban tu trabajo pasándose
por donde se pasan la esponja la deontología (que es la conducta ética en la
práctica de la ciencia) y no tiene ninguna consecuencia, bueno sólo para el
perjudicado por el robo, pero ¿a quién le importa? La reconstrucción de un pasado
que tenga un impacto positivo en la sociedad necesita el trabajo de equipos
solventes con un objetivo común, y si no te dejan jugar no pasa nada, el
problema llega cuando te extirpan cruelmente tus resultados, presuntamente
protegidos por las leyes de propiedad intelectual (ver https://diariodeunahomomigratorius.blogspot.com/2022/05/por-que-el-nombre-de-orce-no-esta.html)
y te ponen barreras insalvables para trabajar en otros ámbitos, incluso si ya
no quieres participar en su entorno. Los resultados están para usarse pero
siempre reconociendo de dónde vienen, robar está mal y eso se aprende en casa.
Ojalá los proyectos subvencionados con dinero público sobre sociedades
paleolíticas en Andalucía funcionaran, eso se traduciría en la creación de
instituciones, puestos de trabajo, su papel fundamental en el desarrollo económico
sostenible, en nuevas formas de ocio aprendiendo conciencia con ciencia y contribuyendo
a la fijación de la población joven en entornos rurales, pero por ahora aquí
eso no pasa. Pues eso, amores que matan.
¿Cómo sabremos hacia dónde vamos
si no sabemos de dónde venimos?
Beatriz Fajardo Fernández-Palma, Doctora en Arqueología.
Comentarios
Publicar un comentario