Una pata mala, huellas y almendros floreciendo en enero
He empezado el año con pata mala,
pero con mucha ilusión para enfrentarme a nuevos retos y bienvenidas
alucinantes, acabo de estrenarme como tía y no sabía que podía querer tanto a
alguien que todavía no conozco. Pero qué mala pata, dos días antes de empezar una
nueva aventura laboral decidí salir un rato. Me lo pasé genial, coincidí con
gente que hacía tiempo que no veía y tuve conversaciones interesantes, estaba más
a gusto que en brazos, pero tenía responsabilidades al día siguiente así que me
despedí y me dirigí a casa para levantarme prontito. Siempre he tenido mucha
capacidad de abstracción, ya sabes que me gusta pensar mientras ando, soy capaz
de aislarme en entornos ruidosos y esto, que consideraba un superpoder, se me
ha vuelto en contra. Iba de camino a casa pensando en mis cosas sin mirar dónde
ponía los pinreles y se cruzó en mi camino una alcantarilla con mala leche. En
ese momento vi por primera vez cómo la planta de mi pie se ponía en paralelo a
la tibia. Uf, qué dolor, aunque no sé si me dolió más el tobillo o el orgullo, me
pasó en una zona concurrida donde me vio un montón de gente y agradezco que al
menos una persona se acercara para ofrecerme ayuda. Desenlace: piernita mala en
alto y muleta.
Siempre me ha gustado mirar las
huellas que dejo, me pirra andar descalza y ahora que estoy cojita es súper
interesante ver cómo la huella de mi pie izquierdo, en el que apoyo el peso, es
más profunda y la del pie derecho casi no se ve, y a su lado siempre ese
satélite, ese puntito de la muleta que las acompaña. ¿Cómo no acordarme de uno
de los hallazgos arqueológicos que más se repiten en los últimos tiempos, las
huellas de pinreles de nuestros antepasados? ¿Sabías que hoy, en nuestro siglo
XXI, hay sociedades que siguen sin usar zapatos? Los bosquimanos en el
Kalahari, entre muchos otros, van descalzos porque no los necesitan.
Cualquier actividad humana puede
convertirse en un yacimiento arqueológico: dónde vivían, dónde se enterraban
(que a veces coincidía), por dónde andaban, dónde encontraban las materias
primas necesarias para su día a día, dónde y cómo aprendían, a qué jugaban o
cualquier actividad de nuestra vida diaria que se te pueda ocurrir siempre que
se disponga de los medios adecuados. Pero no todas las áreas con actividad
humana se convierten en yacimientos. Desde que se depositan los restos hasta
que se entierran y los encontramos están expuestos a un amplio catálogo de
factores biológicos, químicos o físicos que pueden alterar su integridad. De
ahí que el primer paso consista en comprender qué procesos han contribuido a su
formación, y para eso necesitamos un trabajo transdisciplinar.
Ya sabes que los arqueólogos
vamos Tras las Huellas del Pasado, y
a veces esas huellas se manifiestan de forma literal. ¿Sabías que existen paleodermatoglifos?
Son huellas dactilares documentadas en contextos arqueológicos, como esa
impresión de piel que haces cuando te renuevas el DNI, aunque ahora ya no te
manchas con tinta, es digital. Esos paleodermatoglifos pueden ser voluntarios o
accidentales, pero dejan la huella de la persona responsable de su ejecución,
inconfundible, única e irrepetible, que podemos identificar mediante una
técnica carroñeada de la criminalística, entre otras muchas, y que es
tremendamente útil. Estas huellas digitales se pueden encontrar en diferentes
materiales, pueden conservarse también en pinturas rupestres en cuevas
prehistóricas. Por ejemplo en el abrigo de Los Machos en Zújar, Granada, donde
identificaron un panel de arte esquemático, uno de los tipos definidos de arte
rupestre en la península ibérica, durante la Prehistoria reciente, que va desde
mediados del siglo VI hasta el III a.C. Esas pinturas contienen las huellas
dactilares de dos individuos diferentes: uno es un hombre adulto y el otro es un
individuo juvenil, no se puede confirmar si femenino o masculino. Todavía nos
queda mucho por descubrir.
Pero me gustan más las icnitas, esas
huellas de pinreles fosilizadas de todas las especies. Ahí tenemos mucha información,
desde las que dejaron los dinosaurios hasta las huellas que dejamos en el
cemento fresco de una obra, porque hay más y están mejor estudiadas. Esas
huellas fósiles proporcionan pruebas directas de la conducta de un animal,
humano o no, algo que los esqueletos fósiles por sí solos no pueden hacer. Las icnitas
más antiguas se documentaron en un fragmento de arcilla esquistosa que contiene
29 huellas, dejadas impresas en su camino por un lagarto hace 110 millones de
años. Todavía no conocemos el tipo de lagarto caminante, pero los
investigadores nombraron a esta muestra de huellas fósiles Sauripes hadongensis, que significa los pies de lagarto de Hadong, en honor
al condado de Corea del Sur donde se descubrieron.
Las que más nos pueden interesar,
por ser las que más se nos parecen, se identificaron en Laetoli (Tanzania) en
1976, datadas en más de 3,6 millones de años, huellas dejadas por individuos
bípedos, tres Australopithecus afarensis
que anduvieron en la misma dirección, y sus huellas quedaron preservadas en
cenizas volcánicas a lo largo de 27 m junto a las de otras especies. Con el
presupuesto y el proyecto adecuado han conseguido ampliar los hallazgos y
asignarles una datación objetiva. Ahora las icnitas aparecen como champiñones. Las
últimas publicadas se han identificado en Larache, pertenecen a un grupo de
individuos en el que están representadas todas las edades desde niños hasta adultos,
datados en unos 90.000 años antes de nuestros días, durante el último gran
periodo interglaciar antes del que conocemos ahora. Y qué cosas, se han
multiplicado las evidencias de huellas de nuestros antepasados descalcitos en
Alemania, Gibraltar o Doñana (las dos últimas pertenecen a Neandertales). O las
identificadas en México, huellas datadas en 20.000 años que demuestran la
necesidad de revisar el paradigma norte-sur del primer poblamiento americano…
si nos dejan.
Esta es una foto de Mary Leakey estudiando las huellas de Laetoli (Tanzania), una de las reconstructoras de nuestro pasado más lejano que más admiro, que junto con su familia no sólo han aportado conocimiento. Su fundación está detrás de la mayoría de descubrimientos brutales sobre el Plio-Pleistoceno desde el siglo pasado (Fuente: https://www.sciencephoto.com/media/170799/view/mary-leakey-palaeoanthropologist).
La excavación arqueológica,
aparte de ser como una Torre de Babel y en general una experiencia divertida y
enriquecedora en la que te ahorras el gimnasio, es también un momento crítico y
una gran responsabilidad que sólo debe ponerse en marcha con una planificación
apropiada. Solo cuando un yacimiento está en peligro o si necesitamos dar
respuesta a una pregunta. Una excavación implica la destrucción de las pruebas,
un yacimiento arqueológico es como un libro de tierra que solo se puede leer
una vez, con páginas que se destruyen cada vez que se pasan. Por eso toda la
información que no registremos se pierde para siempre, paradójicamente
construimos el pasado destruyendo el contexto. Lo que transmitimos es sólo el
principio de un largo proceso que implica el análisis de los materiales o sus
improntas y los sedimentos que los contienen, su interpretación y su validación
mediante la experimentación, su presentación a la comunidad científica y su
divulgación a la población. La investigación no se termina cuando se publica
sino cuando se entiende.
Desgraciadamente no son muchos
los casos en los que los recursos arqueológicos se asocian con una forma de
generar ingresos para las comunidades, puede que gracias a Indiana Jones. Además
es fundamental concienciar a la población local y a los expoliadores de la
importancia de conservar el patrimonio arqueológico y de respetar el trabajo de
los profesionales, evitando la tentación de saquear los yacimientos para formar
colecciones particulares o hacer negocios con la venta de objetos en el mercado
negro. Si no sabes no toques porque puedes romper algo que es de todos. Lo
cierto es que no tiene sentido la puesta en valor de los recursos arqueológicos
sin una labor previa y continuada de educación que le asigne su valor. Mientras
tanto ya florecen los almendros en enero.
¿Cómo sabremos hacia dónde vamos
si no sabemos de dónde venimos?
Beatriz Fajardo Fernández-Palma, Doctora en Arqueología.
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