El descolonizador que te descolonice, buen descolonizador será

 

Siempre me ha gustado el momento desayuno, sobre todo cuando no me lo tengo que preparar yo. Los he probado de todo tipo, dulces, salados, especiados o algunos que pican y otros no como los pimientos de Padrón. Supongo que será por tradición, pero desde mi punto de vista ninguno es comparable a la tostadita con aceite y tomate. El desayuno es ese momento en el que ves cómo se ilumina gradualmente el entorno, desde los colores anaranjados sutiles que definen el horizonte hasta que se enciende definitivamente la luz, todos son distintos y como estés en el baño te lo pierdes. No lo puedo evitar, soy de las remolonas que le araña hasta el último minuto de sueño al despertador, pero mido el tiempo con puntualidad británica y cuando llega la hora me levanto como un resorte. Después del primer café suelo empezar con mi momento vanidad, tampoco lo puedo evitar, miro el contador de lecturas del blog y luego sistemáticamente buceo entre las noticias del día intentando buscar distintas fuentes, ojú cómo está el mundo.

Pero vaya telita cuando un día te desayunas con que vamos a descolonizar a nivel nacional los museos. Lo primero que pensé fue genial, va a volver parte de todo el expolio de los franceses en el siglo XIX, o los fondos de Le Musée de l’Homme en París, entre muchos otros, repletos de cajas de materiales patrios prehistóricos acumulados desde principios del siglo pasado. Pero no, no va por ahí, el postmodernismo ataca de nuevo. Ya ves, la cultura es ese gran cajón de sastre, o desastre, que lo engloba todo, donde las opiniones son los culos, cada uno tiene el suyo. Pero si hasta para limpiar hay que saber, imagínate para reconstruir la identidad cultural que se cimenta en nuestros ancestros más lejanos. Eso sí, es de primero de reconstrucción del pasado que no lo podemos juzgar con los criterios éticos y estéticos que tenemos hoy.

Me gusta la vida cultural, museos y exposiciones de cualquier manifestación artística de nuestra especie, aunque me gustan más los museos de ciencias, de bichos no humanos. Algunos me gustan más que otros, sobre todo los artísticos que dependen de modas, tradiciones o gustos, lo siento pero no entiendo a Miró, en cambio me encanta Georgia O'Keeffe. Por lo que a mis capacidades compete, en lo que puedo opinar con conocimiento de causa tiene que ver con los museos arqueológicos. Se han escrito ríos de tinta fuera de nuestras fronteras sobre cómo crear instituciones en las que salgas con más preguntas que con las que has entrado, vamos que cumplan con su función social. Ya sabes lo que opino sobre la pornografía arqueológica, esos museos en los que se encarcelan en vitrinas objetos con cartelitos, materiales que han pertenecido a nuestros antepasados y que han formado parte de su vida diaria. Esa vitrina se convierte en una barrera que impide a la sociedad reconocerse en esos objetos descontextualizados, cosas rotas que piden a gritos una mediación adecuada y colegiada ¿Por qué no adaptamos nuestros museos a las necesidades de la sociedad que está hambrienta, necesitada de identidad cultural y nos dejamos de aventuras diseñadas para glorificar a una determinada opción política con fecha de caducidad? La arqueología experimental, esa disciplina arqueológica que necesita formación y sirve para validar hipótesis, también permite usar los cinco sentidos para entender el pasado: tocar, ver, oler las materias primas y las herramientas, saber para qué servían y comprobar cómo se utilizaban.

Mientras te encuentras que un Ministro de Cultura plantea descolonizar los museos, y yo con estos pelos. Cada vez tengo más claro que el Neolítico, como consecuencia de ese último gran cambio climático entre el Pleistoceno y el Holoceno, nos fastidió como especie. Definitivamente no estamos preparados para vivir en sociedades complejas, mira alrededor, el mundo está fatal, vivimos momentos de cambio y deberíamos adaptarnos a una nueva realidad. Pero todavía es peor cuando dejamos de lado todo lo que ya se ha hecho, lo bueno y lo malo, esa transmisión de conocimiento entre generaciones, ese construir sobre los errores y aciertos de los que nos preceden como base para que construyan en el futuro. Cuando perdemos la identidad cultural vamos mal. Necesitamos un proyecto a largo plazo no parches, un objetivo común, aportar a la sociedad ese aglutinante que te permite identificarte con el otro, el que no conoces. Ojalá entendamos que somos mediadores, no la finalidad. Desde mi punto de vista uno de los mayores problemas de la arqueología somos los propios arqueólogos, que si lo supiéramos todo deberíamos declarar la muerte de la Ciencia, sería horrible y tremendamente aburrido. Ojalá que los que vengan detrás sean mejores que nosotros y sigan construyendo.

Es una imagen del derribo de una estatua de Cristóbal Colón en Barranquilla, Colombia en 2021. Ya lo hacían los egipcios o los romanos con la Damnatio Memoriae, esa locución latina que significa literalmente condena de la memoria. Una práctica de la antigua Roma que condenaba el recuerdo de un enemigo del Estado, ya ves, no es nada nuevo, intentar borrar lo que no te gusta porque no se ajusta a tu religión, perdón, partido político. Pero querido, te guste o no ha pasado y existe. 

Esto que ya funciona en otros contextos necesita sinergias. Definirnos, que los que reconstruimos el pasado somos una profesión digna y necesaria, con un objetivo común que choca de bruces con la dinámica cortoplacista que hemos asumido como sociedad, ¡lo queremos todo ya!, como la comida rápida, o si lo veo en una pantalla es verdad… Tenemos mucho trabajo por delante. Todo existe y todo ha pasado, nos guste o no, sólo estamos en una búsqueda constante para darle la explicación más objetiva a lo que no entendemos, a lo que ya ha pasado y existe, no nos vendría mal un poco más de gimnasia neuronal, un poquito más de Ontología y Deontología.

Aunque sigo aprendiendo mucho todos los días, no puedo negar que siento vergüenza de especie cuando miro alrededor. Ves un debate político, da igual el color, y se te muere mínimo una neurona. Por otra parte mi experiencia como cojita en el centro de la ciudad también me ha ayudado a entender la falta de empatía que nos rodea. Me pasa a menudo que cuando me encuentro con un/una patas sanas en frente, en una calle estrecha, soy yo la que me tengo que bajar de la acera con mi pata mala. Aunque me da más coraje todavía la prostitución de la identidad cultural, tanta información que todavía no se ha convertido en conocimiento, algo que alimenta esa falacia, el argumento Loreal: porque yo lo valgo, una de las primeras ocho falacias definidas por Aristóteles hace ya unos años, el argumentum ad verecundiam, usado por los pitagóricos sin pudor. Ostras fíjate, cambia la ley, la Filosofía y la Historia, dejan de formar parte de la educación y no pasa nada, pero destituyen a personas que ocupan puestos de libre designación en la administración y se lía parda. Qué cosas ¿tenemos lo que nos merecemos?, ¿en serio no crees que invertir en pasado tiene mucho futuro?

Ya son dos los años que llevo con mi Diario de una Homo Migratorius, seguís leyéndome y no puedo más que daros las gracias por echar un ratillo con este desahogo-blog mensual, aunque me sigan diciendo que es un formato caduco intentaré seguir mejorando.

¿Cómo sabremos hacia dónde vamos si no sabemos de dónde venimos?

Beatriz Fajardo Fernández-Palma, Doctora en Arqueología. 

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